23 de noviembre de 2012

Una de Vampiros

¿Has vampirizado o has sido vampirizado alguna vez?
Los vampiros atacan a sus víctimas seduciéndolos con sus encantadoras maneras. Se dirigen a aquello que les interesa, aquello de lo que se alimentan: la sangre fresca de sus víctimas. Porque la sangre es su vida, viven de ella. Se mueven en la oscuridad, la luz los descubriría, dejaría ver quiénes son y tras exponerse morirían.
Los vampiros son bellos, tienen ojos penetrantes y maneras de tratarte que te hacen sentir especial. Puedes llegar a sentir un placer tan grande durante su mordedura, que pese a ser consciente de la clavada de sus colmillos, no te importaría volver a dejarte morder una y mil veces.
El problema es que te dejan sin sangre, sin vida. Entonces, o bien te conviertes en otro vampiro como ellos, o bien desapareces de la faz de la tierra… y no eres persona. Si te conviertes en vampiro estás condenado a ser como ellos, a ir por el mundo acercándote a aquellos de los que quieres conseguir su más preciado valor, personas que tienen algo que los vampiros ansían: qué placer morder la inocencia, la apertura de un corazón tierno o el más preciado sueño de alguien… Es la sangre con la que los vampiros logran recuperar vida. Porque ellos no tienen una vida propia, necesitan la de los demás.
Nuestra parte de vampiros: ¿a quién no le atrae la “sangre”, o los valores más álgidos de los seres humanos?  La bondad, el amor, la inocencia. El problema está en que solamente recoges, te alimentas sin tener la capacidad de compartir lo que recibes, todo tú alimentándote del otro.
Así estás vampirizando, te conviertes en una sombra errante que mata para poder vivir.